jueves, 28 de mayo de 2015

La Leyenda del "Punto Negro"

Cierto día un profesor entró en el aula de clase y le dijo a los alumnos que se prepararan para una prueba relámpago. Todos se ubicaron en sus asientos aguardando asustados el examen que venía. Entonces el profesor fue entregando las pruebas con el texto para abajo, como era su costumbre. Después que todos recibieron la hoja, pidió que la voltearan. Para sorpresa de todos, no había ninguna pregunta o escrito; solo un punto negro al centro de la hoja. El profesor, viendo la expresión de sorpresa que todos tenían, dijo lo siguiente: ahora Uds. van a escribir un comentario sobre lo que están viendo. Todos los alumnos, confundidos, comenzaron entonces la terrible e inexplicable tarea. Terminado el tiempo, el maestro recogió las hojas y se puso de frente de la clase y comenzó a leer las redacciones una a una en voz alta.

Todas las pruebas, sin excepción, definían el punto negro, intentando dar explicaciones de su presencia al centro de la hoja. Terminada la lectura, con la sala en silencio, el profesor comenzó a explicar: esta prueba no será para la nota; solo sirve de lección para todos. Nadie en la sala habló sobre la hoja en blanco. Todos centraron su atención en el punto negro.

Esto acontece en nuestras vidas: en la vida de cada uno, en la vida de pareja y de familia, como también en la sociedad. El Evangelio de S. Mateo (7,1-5) exhorta a quitarnos la viga que tenemos en la vista antes de quitar la mota del ojo de mi hermano; nos da a entender que debemos mirar primero los propios defectos antes de censurar los defectos del prójimo.

Un mito griego quiso explicar por qué somos más propensos a ver las fallas del hermano antes que las propias: la divinidad pagana había colocado sobre los hombros de los hombres unas alforjas que debían llevar sobre el pecho y a la espalda; en la alforja delantera llevaban los defectos ajenos y a la espalda los propios; por esta razón, ven más fácilmente las fallas ajenas. Así entendemos por qué aquellos niños de la leyenda centraron su reflexión sobre ‘el punto negro’ y no sobre ‘la hoja en blanco’.

Aquel el profesor hizo tomar conciencia del hecho frecuente de centrar la observación en la mota que tienen en los ojos los demás mientras olvidamos la viga que tenemos delante que nos impide ver lo mucho que hay de bueno en  la creación, en las personas. Hemos llegado al punto que la buena notica en la radio, en la prensa, en la pequeña pantalla, no nos llama la atención; estamos a la expectativa, a la caza de la mala noticia y es ésta la que hace impacto.

Esta actitud de centrarnos en ‘el punto negro’ es muy frecuente: los esposos entre sí se reprochan sus defectos, olvidando las cualidades y virtudes del cónyuge; los padres de familia advierten a sus hijos su mala conducta, pero pasan por alto lo bueno que hace el hijo(a). E. Villagrán anota que “muchas veces los padres de familia se dirigen a los hijos para mandarlos, para castigarlos, para llamarles la atención, para corregirlos, pero muy pocas veces o ninguna para alabarlos, felicitarlos, motivarlos, aplaudirlos, reconocer sus cualidades, aciertos, éxitos y progresos”.

Y añade: “se debe felicitar, incentivar, agradecer, alentar, motivar a los hijos para que se sientan contentos y dispuestos a seguir luchando por su propio provecho y perfeccionamiento. A los hijos les agrada mucho escuchar de sus padres palabras de cariño y de entusiasmo; esto les ayuda a valorizar lo que hacen y a valorizarse como personas”. A quién no le agrada recibir una alabanza, una palabra de estímulo?. Reconocer lo mucho que hay de bueno en las personas es, en última instancia, un reconocimiento al Creador que ha distribuido sus perfecciones y talentos entre los hombres.

Todos los hombres somos una página en blanco en la que debemos escribir nuestra propia historia, construida a base del desarrollo de los muchos talentos que Dios nos ha dado. Ésta es nuestra gran responsabilidad, pero también nuestra mejor honra y satisfacción: hacer de la página en blanco un testimonio de la bondad que hay en nuestro ser.

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